Como fondo, el silbido de una pava amarilleando el poster de Racing Campeón 1966 mezclándose con la voz de Larrea que sale de una vieja radio a transistores. El hombre de pelo corto, anteojos a media asta y gesto adusto por el momento, revisa una pila de viejos ejemplares detrás del mostrador. Este galpón de la calle Piedras, depósito de ejemplares atrasados, es la oficina de Labarta quien súbitamente sonreirá amable a quien se le acerque con respeto, ya sea para adquirir un número del año corriente o consultar los mas antiguos encuadernados como libros gigantes de tapa dura. Labarta buscará en la pila correspondiente el número solicitado y hará algún comentario simpático. Por cada ejemplar atrasado cobrará un peso, pondrá la moneda en una lata y si por remota casualidad alguien le pidiera un ticket, se lo dará de buena gana. Es un tipo de buenos modales, riguroso tomador de tres tandas diarias de mate, no fuma. Sabe hablarle a la dama y también al caballero, porque domina tanto las normas de la cordialidad como los códigos de la complicidad. Tiene ese rasgo porteño que le permite desenvolverse con autoridad en casi todos los ámbitos y la cultura suficiente para acoplarse con fluidez a cualquier charla, la misma que poseen los canillitas, adquirida tras años de variada lectura. Conoce tanto a Agustín Magaldi como a Roger Waters e identifica con igual velocidad un personaje de Quino y una pintura de Modigliani.
Labarta no practica deportes desde su época de soltero. Este detalle junto a una sexualidad esporádica y debilidad por la comida sabrosa, explican el paso cansino y sus movimientos controlados. Los ojos celestes, la tez blanca y el haber cursado un par de años del Liceo Naval fueron elementos suficientes para enamorar a su mujer. Entró al diario durante el gobierno de Frondizi y allí trabaja desde entonces. Caminando por los pasillos del oscuro edificio se siente como en casa saludando a los empleados mas antiguos con algún comentario ingenioso, porque Labarta es lo que se llama una persona agradable.
-Labarta, necesito un seis de septiembre del año pasado.
-Pero como no, querida...esperame un segundo que te lo busco. ¿Cómo anda tu compañero nuevo?
-El español?
-Sí.
-Bien, ahora viene. Fue al kiosco a comprar aspirinas. Tenemos que consultar un dato por aquel asunto de la cámara de diputados.
-Y? se adapta o no se adapta?
-Y...él está acostumbrado a otro ritmo. Allá en España se trabaja mas intenso.
-Y si... están en el primer mundo pero de verdad, tienen un alto nivel de excelencia.
-Hola...
-Se conocen? Labarta... Romero...
-Sí, sí, alguna vez nos hemos cruzado.
-De qué parte de España sos?
-De Valencia.
-Ah, mirá vos tengo un amigo de Valencia. Gran tipo. José Primo. Lo conocés?.
-Pues no tío, es que Valencia es grande...
-Y sí, me imagino. Y te gusta Buenos Aires?
-Sí, anda, que la gente es muy cálida aquí y...
-Sí, el porteño es muy cordial con el extranjero, no sé porqué. Lo llevamos en la sangre. Ah, te voy a hacer probar el mate, llegaste justo.
-Ya lo he probado el otro día...
-¿Y que te pareció?
-Tu sabes, un poco agrio...
-Ah, porque seguramente estaría mal cebado. El mate tiene sus secretos, hay que acomodar la yerba, calentar el agua a la temperatura justa...no es fácil. Mirta, venite de este lado y andá fijándote si encontrás lo que buscas en estas pila, mientras le voy sirviendo al amigo Romero...vas a ver qué mate te vas a tomar.
El español hace un tibio amague de ayudar a Mirta sin llegar a atravesar el mostrador mientras Labarta se concentra en la ceremonia del mate excediéndose en cuidados.
-Ahora sí, vas a probar un mate-mate -hace con la mano el tipico gesto que hacemos en Buenos Aires, uniendo dedo índice y pulgar moviendo la manito de abajo hacia arriba dos o tres veces-. Así lo preparan en Uruguay. Aquí cruzando el Río de La Plata -agrega-.
-Sí, si, conozco Montevideo...
-Ah, conocés? Bueno ellos lo hacen de una manera especial y aquí la perfeccionamos. Tomá y decime.
El español probó y poniendo la mirada en el techo, como estudiando la calidad de la infusión dijo:
-Increíble, muy bueno...
-Ha visto? y... hay que saber prepararlo.
-Labarta- interrumpe Mirta- ya encontré el ejemplar que buscaba. ¿Se puede llevar, no?
-Y... como poder no se puede pero, bueno, con ustedes no hay problema... llévenselo nomás.
-Gracias, Labarta.
-De nada. Eso sí, la próxima se me traen un kilo de Rosamonte - le dijo sonriente al español.
Eran ya las cuatro de la tarde y Labarta inexplicablemente seguía con la misma predisposición laboral de las ocho de la mañana, tomando mate, escuchando a Larrea, ordenando el archivo y vendiendo, cada tanto y sin tickets, los ejemplares astrasados.
Un grupo de tres coreanos entran al lugar, uno con un niño en brazos. Labarta los mira fijamente. En sus ojos celestes brilla algun tipo de sentir, por ahora indefinible. El coreano que mejor habla español le consulta por un ejemplar del año noventa y uno. Labarta simplemente le indica la ubicación con el dedo, su sonrisa característica ha desaparecido. Puede notarse una mueca torcida bajo el rubio bigote y observa con sigilo cada movimiento del oriental, que por ahora está leyendo los rótulos de las encuadernaciones. Sus dos amigos se apoyan en el mostrador y el niño se estira intentando soltarse y caminar sobre él. Por ahora lo tienen controlado. Los pies de la criatura arañan el borde de la tabla y Labarta los mira con la misma expresión que se apoderó de él desde que llegaron estos amarillos.
Tolerable.
Labarta evalúa que es preferible callar a ser acusado de xenófobo. En el depósito es la cara visible de este diario. Después de todo niños blancos tambien han jugado sobre la mesa y está ya bastante gastada. El coreano retiró varios volúmenes para consultar, más de lo habitual, y los apoya sobre el mostrador.
Tolerable.
No hay ninguna circular escrita sobre la cantidad autorizada de ejemplares a retirar. Ahí apilados forman una montaña, que atrae la atención del niño. El pequeño saltamontes se estira intentando alcanzar el pequeño Himalaya, pero el hombre lo tiene sujetado con pericia. De manera repentina los tres coreanos se organizan en una tarea comunitaria dispuestos a encontrar lo que buscan. En un instante de descuido el niño aprovecha para acercarse a su destino. Con violencia abre uno de los tomos arrugando algunas hojas.
Intolerable.
Labarta detona:
-Porqué no lo miran al chico!! Está destrozando todo!! Si no ponen un poco de orden, lamentablemente van a tener que retirarse!!
El apego del oriental por las artes marciales era sólo un mito. Los pobres infelices habían optado por mantenerse a raya. Labarta se sintió enorme.
Cassandre (1995)
lunes, 4 de febrero de 2013
domingo, 3 de febrero de 2013
Sé tú mismo
Es viernes, son las ocho de la noche y aguardo mi turno en el consultorio del dentista. En la sala de espera solo estamos su secretaria y yo. Sí, está bastante buena ya que lo preguntás, pero qué mas dá si es la única mujer en la sala. Es una buena oportunidad para conocernos mas ya que no nos conocemos demasiado. La miro y le sonrío.
-Venís de trabajar tan tarde? -me pregunta-
-Sí, soy licenciado en ciencias de la comunicación. Trabajo principalmente con instituciones sociales y gubernamentales.
Bastante de lo que acabo de decir es mentira. Soy empleado full time en un sindicato y no soy licenciado en nada. Mi jefe sí, pero el que redacta soy yo. La respuesta la tengo perfectamente armada desde hace años. Diciendo la verdad alguien podría imaginarme un corrupto o un ñoqui y me angustiaría.
-Ah mira vos, yo tambien estoy vinculada a la política.
Si fuera totalmente cierto no estaría sentada en este consultorio. Hasta donde sé el único vínculo que existe entre la odontología y las ciencias políticas es el Dr. Cámpora, y mi dentista se apellida Fernández.
Tema de conversación apasionante la política. Y arriesgado si los hay. La discusión futbolera entre personas de equipos rivales puede pilotearse civilizadamente. Nadie estigmatiza a nadie por haber elegido desde pequeño determinado cuadro tal vez presionado por el padre o el tío. En cambio la política nos define como personas más que el fútbol, profesión o nacionalidad al punto de que por ahi uno tiene mas cosas en común con un boliviano que con una vecina de Santa Fé y Callao golpeando su budinera.
Sabiendo como terminan estas discusiones, generalmente las esquivo, a menos que conozca de antemano la ideología de mi interlocutor y que ésta coincida con la mía. Porque no hay nada mas llevadero que discutir de política con quien uno está de acuerdo.
Pero esta vez hago una excepción y tanteo a la secretaria.
-Es loable que en los tiempos que corren tengas inquietudes de índole social.
Me voy arrepintiendo a medida que escucho lo que digo, suena anticuado, esterilizado y careta.
-¿Lo decis por experiencia?.
Epa, ¿así sin anestesia?. Me está tirando con munición gruesa. Obviamente me está sondeando para decidir si soltarse o no.
Redoblo la apuesta con un comentario ambiguo, sutilmente respetuoso, que encauce la confesión.
-No en este momento, pero no hace falta que me digas en que partido militás si no querés, lo maravilloso es que tengas utopías.
Está picando. La piba está picando:
-Mirá, yo tengo mi ideología yo no la cambio por nada del mundo.
-Bien ahí -respondo con admiración- ¿y cuál es tu ideología?
-"Si no puedes contra ellos, úneteles".
(...)
Con la muela reparada y las utopias heridas regreso a casa pensando en lo inmediato. Es viernes y como desde hace meses no tengo nada para hacer. Puedo cocinarme algo, alguna receta refinada y con ingredientes difíciles de conseguir, a modo de autohomenaje. Aunque comer una buena pizza de parado no es mala idea, asi no se hace tarde y apenas llego a casa intento escribir algo. Leer un buen libro es otra buena opción, no de puro placer sino con el salieristoide objetivo de analizar la escritura ajena, para descubrir como mierda hacen los grandes para escribir de puta madre. O un mix, leer primero para luego escribir robando alguna idea.
Todo esto lo haré escuchando FM Aspen para evitar deprimirme.
El comentario que me hizo la secretaria del dentista acerca de su ideología me condujo a abordar seriamente una idea que evalué apropiada para esta etapa de mi vida: ser exactamente aquello que se espera de uno. Si la rigidez de mis ideas es la causa principal de mi soledad crónica, la elasticidad es la mejor opción. Es un sin sentido cacarear el famoso "sé tú mismo" cuando justamente el problema es que no nos soportamos a nosotros mismos. ¿Cómo pretender que nos acepten los demás?.
En una vieja pizzería de barrio que no sufrió las compulsivas refacciones noventosas saboreo de parado mi porción de muzarella. La salsa está ácida. Es febrero, el maestro pizzero está de vacaciones. Me parece bien, tiene derecho, pero deberían atender el concepto "calidad total". Tal vez asociándolo al rojo del tuco me acuerdo de repente de la Colo, mi único gran y fugaz amor de verano. Fue así: me enamoré perdida y rápidamente. Para ella fui algo intrascendente y al regresar a Buenos Aires dejó de verme. Poco después (nunca quise enterarme de cuanto después) conoció a su futuro marido, un sátrapa del barrio con el cual debe haber tenido química, un felíz matrimonio y al menos un hijo. Estas noticias imprecisas me llegaron como al pasar a través de su madre, con quien tuve cierta relación profesional durante una década. La señora era dueña de un kiosco y yo corredor de golosinas por aquel entonces. Finales de la dictadura rodeado de una silenciosa miseria, una desocupación generalizada y enfrentado la calle con una inflación del treinta mensual intentaba sostener mi dignidad a la vez que escribía y soñaba publicar mi primera novela. Doce veranos después de aquel gran y fugaz amor, no soporté mas enterarme de ella a través de los comentarios que de tanto en tanto deslizaba su madre. Una vez que llegué y vi el negocio cerrado por duelo, dejé de venderle golosinas a esta mujer. Un vecino me comentó que el fallecido era su marido. Nunca me animé a enfrentarla para darle el pesame. Así terminé de asumir que a la Colo la habia perdido para siempre y que entraba en mi pasado. Durante la década siguiente cambié cuatro veces de trabajo y me dediqué a corregir mi novela aunque sin fecha concreta de publicación. En la última década tuve lapsos prolongados de desocupado durante los cuales me aboqué a actualizarla. La novela digo. Me pone muy feliz ver que pasan los años y sigo siendo el mismo, aquel muchacho pujante.
El kiosco en cuestión no queda lejos de aquí aunque siempre evité transitar esas calles para evitar la depresión. Pero en este momento de mi vida no siento nada por la Colo y deseo curiosear desde lejos (o volver a sentir algo). Ahí es. Relojeo un rato a la distancia. Atendiendo el negocio está la Colo, algo mas rellena pero llamativa aún. Mientras me acerco pienso los pasos a seguir. Solicitaré un atado de cigarrillos haciéndome el otario y cuando ella mencione mi nombre me mostraré sorpendido por la casualidad del encuentro. Preguntaré por su madre. No, creo que sea buena idea. Han pasado veinte años, debe haber muerto de tristeza y soledad. Preguntaré por su familia en general y hablará de sus hermanas, sus sobrinos. Indagaré con distancia acerca de su situación sentimental. Calculo que ya se debe haber separado, nadie de mi generación permanece casado mas de ocho años. Aunque tal vez sea demasiado aventurado y me deje en clara evidencia. Dejaré que ella cuente la parte de su historia que prefiera, estoy dispuesto a escucharla las horas necesarias. No, mejor la escucharé media hora, y la interrumpiré para invitarla a continuar la charla en algun lugar mas tranquilo y cuando pregunte por mi vida la pondré al tanto de mis diez años en París donde viví un sinnúmero de experiencias y publiqué mi obra. Mi libro. En francés claro. Si se le da por preguntar detalles puedo hablarle bastante de Francia ya que en el 98 viajé para el mundial de fútbol. Estruve dos semanas, perdí toda mi documentación y demoré el regreso dos semanas mas, una experiencia terrorífica transitando destacamentos policiales y embajadas. Seguramente quedemos para un próximo encuentro a menos que acepte hoy mismo una invitación a mi casa. Despues de todo sabe que no soy un degenerado: ya hemos tenido sexo. Y del bueno. Al menos yo, luego de aquellas dos noches, no volví a conocer el significado de la palabra placer.
Decido cruzar y pido mis cigarrillos. La Colo me los dá y me pregunta:
-¿Algo más?
Me quedo mirándola un rato mientras pienso que otra cosa pedir para dar tiempo a que me reconozca. Solicito un paquete de pastillas de menta. La Colo me los dá y me pregunta nuevamente:
-¿Algo más?
Continúo mirando la caramelera para demorar un poco mas la compra.
-Máaaaa... ¿venís a atender vos asi me puedo ir?
Grita la Colo a la vez que se va y desde la nada aparece su madre quien luego de unos pocos segundos me reconoce:
-Hola, nene, que sorpesa, ¿qué es de tu vida?
Evita mencionar mi nombre y no se molesta en detener a su hija.
-Oh! que sorpesa...! ¿como está? ¿bien de salud?
Me arrepiento al instante por el desubicado comentario, y agrego:
-Su familia?
-Muy bien ¿sabías que volví a casarme?
-Ah! que bien cuanto me alegro..
-Y bueno, recién la viste a la Colo ¿se saludaron, no? -lo pregunta tambien con la mirada.
-No, se ve que no nos reconocimos...
-Que lástima, ésta siempre apurada... tiene una familia hermosa.
Y cambia rápidamente de tema como para dejar en claro algunas cosas:
-Publiqué mi novela.
Me mira sonriendo durante un largo silencio, como esperando a ver si me explayo no no. Luego me dice:
-Bueno, ¿vas a llevar algo más o te cobro?
O no me cree, o nuestro vínculo ya se ha roto, o se olvidó de mis sueños, o todo junto.
-Cóbreme nomas... pero sólo los cigarrillos. Mejor dejo la pastillas de menta.
Cassandre (2007)
-Venís de trabajar tan tarde? -me pregunta-
-Sí, soy licenciado en ciencias de la comunicación. Trabajo principalmente con instituciones sociales y gubernamentales.
Bastante de lo que acabo de decir es mentira. Soy empleado full time en un sindicato y no soy licenciado en nada. Mi jefe sí, pero el que redacta soy yo. La respuesta la tengo perfectamente armada desde hace años. Diciendo la verdad alguien podría imaginarme un corrupto o un ñoqui y me angustiaría.
-Ah mira vos, yo tambien estoy vinculada a la política.
Si fuera totalmente cierto no estaría sentada en este consultorio. Hasta donde sé el único vínculo que existe entre la odontología y las ciencias políticas es el Dr. Cámpora, y mi dentista se apellida Fernández.
Tema de conversación apasionante la política. Y arriesgado si los hay. La discusión futbolera entre personas de equipos rivales puede pilotearse civilizadamente. Nadie estigmatiza a nadie por haber elegido desde pequeño determinado cuadro tal vez presionado por el padre o el tío. En cambio la política nos define como personas más que el fútbol, profesión o nacionalidad al punto de que por ahi uno tiene mas cosas en común con un boliviano que con una vecina de Santa Fé y Callao golpeando su budinera.
Sabiendo como terminan estas discusiones, generalmente las esquivo, a menos que conozca de antemano la ideología de mi interlocutor y que ésta coincida con la mía. Porque no hay nada mas llevadero que discutir de política con quien uno está de acuerdo.
Pero esta vez hago una excepción y tanteo a la secretaria.
-Es loable que en los tiempos que corren tengas inquietudes de índole social.
Me voy arrepintiendo a medida que escucho lo que digo, suena anticuado, esterilizado y careta.
-¿Lo decis por experiencia?.
Epa, ¿así sin anestesia?. Me está tirando con munición gruesa. Obviamente me está sondeando para decidir si soltarse o no.
Redoblo la apuesta con un comentario ambiguo, sutilmente respetuoso, que encauce la confesión.
-No en este momento, pero no hace falta que me digas en que partido militás si no querés, lo maravilloso es que tengas utopías.
Está picando. La piba está picando:
-Mirá, yo tengo mi ideología yo no la cambio por nada del mundo.
-Bien ahí -respondo con admiración- ¿y cuál es tu ideología?
-"Si no puedes contra ellos, úneteles".
(...)
Con la muela reparada y las utopias heridas regreso a casa pensando en lo inmediato. Es viernes y como desde hace meses no tengo nada para hacer. Puedo cocinarme algo, alguna receta refinada y con ingredientes difíciles de conseguir, a modo de autohomenaje. Aunque comer una buena pizza de parado no es mala idea, asi no se hace tarde y apenas llego a casa intento escribir algo. Leer un buen libro es otra buena opción, no de puro placer sino con el salieristoide objetivo de analizar la escritura ajena, para descubrir como mierda hacen los grandes para escribir de puta madre. O un mix, leer primero para luego escribir robando alguna idea.
Todo esto lo haré escuchando FM Aspen para evitar deprimirme.
El comentario que me hizo la secretaria del dentista acerca de su ideología me condujo a abordar seriamente una idea que evalué apropiada para esta etapa de mi vida: ser exactamente aquello que se espera de uno. Si la rigidez de mis ideas es la causa principal de mi soledad crónica, la elasticidad es la mejor opción. Es un sin sentido cacarear el famoso "sé tú mismo" cuando justamente el problema es que no nos soportamos a nosotros mismos. ¿Cómo pretender que nos acepten los demás?.
En una vieja pizzería de barrio que no sufrió las compulsivas refacciones noventosas saboreo de parado mi porción de muzarella. La salsa está ácida. Es febrero, el maestro pizzero está de vacaciones. Me parece bien, tiene derecho, pero deberían atender el concepto "calidad total". Tal vez asociándolo al rojo del tuco me acuerdo de repente de la Colo, mi único gran y fugaz amor de verano. Fue así: me enamoré perdida y rápidamente. Para ella fui algo intrascendente y al regresar a Buenos Aires dejó de verme. Poco después (nunca quise enterarme de cuanto después) conoció a su futuro marido, un sátrapa del barrio con el cual debe haber tenido química, un felíz matrimonio y al menos un hijo. Estas noticias imprecisas me llegaron como al pasar a través de su madre, con quien tuve cierta relación profesional durante una década. La señora era dueña de un kiosco y yo corredor de golosinas por aquel entonces. Finales de la dictadura rodeado de una silenciosa miseria, una desocupación generalizada y enfrentado la calle con una inflación del treinta mensual intentaba sostener mi dignidad a la vez que escribía y soñaba publicar mi primera novela. Doce veranos después de aquel gran y fugaz amor, no soporté mas enterarme de ella a través de los comentarios que de tanto en tanto deslizaba su madre. Una vez que llegué y vi el negocio cerrado por duelo, dejé de venderle golosinas a esta mujer. Un vecino me comentó que el fallecido era su marido. Nunca me animé a enfrentarla para darle el pesame. Así terminé de asumir que a la Colo la habia perdido para siempre y que entraba en mi pasado. Durante la década siguiente cambié cuatro veces de trabajo y me dediqué a corregir mi novela aunque sin fecha concreta de publicación. En la última década tuve lapsos prolongados de desocupado durante los cuales me aboqué a actualizarla. La novela digo. Me pone muy feliz ver que pasan los años y sigo siendo el mismo, aquel muchacho pujante.
El kiosco en cuestión no queda lejos de aquí aunque siempre evité transitar esas calles para evitar la depresión. Pero en este momento de mi vida no siento nada por la Colo y deseo curiosear desde lejos (o volver a sentir algo). Ahí es. Relojeo un rato a la distancia. Atendiendo el negocio está la Colo, algo mas rellena pero llamativa aún. Mientras me acerco pienso los pasos a seguir. Solicitaré un atado de cigarrillos haciéndome el otario y cuando ella mencione mi nombre me mostraré sorpendido por la casualidad del encuentro. Preguntaré por su madre. No, creo que sea buena idea. Han pasado veinte años, debe haber muerto de tristeza y soledad. Preguntaré por su familia en general y hablará de sus hermanas, sus sobrinos. Indagaré con distancia acerca de su situación sentimental. Calculo que ya se debe haber separado, nadie de mi generación permanece casado mas de ocho años. Aunque tal vez sea demasiado aventurado y me deje en clara evidencia. Dejaré que ella cuente la parte de su historia que prefiera, estoy dispuesto a escucharla las horas necesarias. No, mejor la escucharé media hora, y la interrumpiré para invitarla a continuar la charla en algun lugar mas tranquilo y cuando pregunte por mi vida la pondré al tanto de mis diez años en París donde viví un sinnúmero de experiencias y publiqué mi obra. Mi libro. En francés claro. Si se le da por preguntar detalles puedo hablarle bastante de Francia ya que en el 98 viajé para el mundial de fútbol. Estruve dos semanas, perdí toda mi documentación y demoré el regreso dos semanas mas, una experiencia terrorífica transitando destacamentos policiales y embajadas. Seguramente quedemos para un próximo encuentro a menos que acepte hoy mismo una invitación a mi casa. Despues de todo sabe que no soy un degenerado: ya hemos tenido sexo. Y del bueno. Al menos yo, luego de aquellas dos noches, no volví a conocer el significado de la palabra placer.
Decido cruzar y pido mis cigarrillos. La Colo me los dá y me pregunta:
-¿Algo más?
Me quedo mirándola un rato mientras pienso que otra cosa pedir para dar tiempo a que me reconozca. Solicito un paquete de pastillas de menta. La Colo me los dá y me pregunta nuevamente:
-¿Algo más?
Continúo mirando la caramelera para demorar un poco mas la compra.
-Máaaaa... ¿venís a atender vos asi me puedo ir?
Grita la Colo a la vez que se va y desde la nada aparece su madre quien luego de unos pocos segundos me reconoce:
-Hola, nene, que sorpesa, ¿qué es de tu vida?
Evita mencionar mi nombre y no se molesta en detener a su hija.
-Oh! que sorpesa...! ¿como está? ¿bien de salud?
Me arrepiento al instante por el desubicado comentario, y agrego:
-Su familia?
-Muy bien ¿sabías que volví a casarme?
-Ah! que bien cuanto me alegro..
-Y bueno, recién la viste a la Colo ¿se saludaron, no? -lo pregunta tambien con la mirada.
-No, se ve que no nos reconocimos...
-Que lástima, ésta siempre apurada... tiene una familia hermosa.
Y cambia rápidamente de tema como para dejar en claro algunas cosas:
-Publiqué mi novela.
Me mira sonriendo durante un largo silencio, como esperando a ver si me explayo no no. Luego me dice:
-Bueno, ¿vas a llevar algo más o te cobro?
O no me cree, o nuestro vínculo ya se ha roto, o se olvidó de mis sueños, o todo junto.
-Cóbreme nomas... pero sólo los cigarrillos. Mejor dejo la pastillas de menta.
Cassandre (2007)
domingo, 20 de enero de 2013
El Jabalí Alzado (historia de barrio)
-Para escriturar el depto necesitamos mis tres mil dólares, que me los devuela ya! esta semana o se pudre todo!... con él y con nosotros, flaca.
-Ehhh.... no me hables así....! ¿no te pueden esperar unos días?
-Nena... esto no es Miss Universo... O escriturás dentro de la fecha que ellos te asignan, o el departamento se lo adjudican a otro. Es asi.
¿Está el Gaita realmente preocupado por lo sucedido? Es probable que no. Desde hace meses, la novia mete presión para comenzar una de las etapas mas bellas de la vida: la convivencia. El Gaita estiró el momento lo mas que pudo con una cintura admirable. Pero la política -siempre la política- suele solucionarle la vida a algunos y embarrarle la cancha a otros. Porque es através de un conocido suyo de la municipalidad, que el Gaita logra ingresar a un plan de viviendas. La propuesta le llega en el vestuario de una cancha de alquiler luego de un partido de futbol cinco. Mientras se secaban los huevos este conocido tiene la gentileza de comentarle acerca de la remotísima posibilidad, en la cual el Gaita, sin meditarlo lo suficiente y sin expectativas, como quien es invitado a tomar una cerveza en la esquina, tal vez por cortesía, muestra cierto interés. Luego de una preinscripción y tras varios meses sin tener noticias, el plan le es adjudicado. Lo que para cualquiera hubiera sido una lluvia de maná, para el Gaita, enredado en los hilos pegajosos de su novia, fue casi su tiro de gracia. No mas esperas, no mas excusas: la convivencia será inminente. Solo si por algún motivo el suegro no llegara a saldar su deuda a tiempo, en un sentido sería una solución.
Mientras tanto el Gaita, varón argentino y peronista, dispone de un lugar donde compartir con sus amigos momentos de solaz casi al finalizar el día y antes de regresar al hogar.
A la madriguera que el Gaita y sus amigos acondicionaron en el barrio de Mataderos la bautizaron El Jabalí Alzado, una casa sin dueño identificable que desde hace unos meses cayó en sus manos de manera poco clara.
Poco clara como lo son las cosas que allí suceden. Visto desde afuera y con buena voluntad, es un sitio donde los amigotes se reúnen a disfrutar del poker y la cerveza.
Sin embargo El Jabalí Alzado cuenta con algunas otras comodidades, y esto para un observador detallista es fuente de pistas sutiles que pueden llegar a brindar un panorama mas nítido acerca de lo que estamos hablando. Entrando, desembocamos a un patio amplio equipado con mesas y sillas de plástico. A la derecha dos dormitorios de puertas precarias, ambos con sistema de iluminación policromática, bola de espejuelos gitaroria, equipo de sonido y se completa con sendas camas matrimoniales trabajadas en bronce. Desde el patio se ve la entrada a una cocina modesta, algo sucia pero con una heladera equipada permanentemente a base de cerveza, coca y fernet. Al lado, un baño que sin ser un lujo, es un verdadero desastre. Junto a la escalera que lleva a la terraza, una maceta alberga una frondosa cannabis, señalando el área espiritual de El Jabalí Alzado. Gente entendida en la materia aseguran que es difícil lograr que crezca en Buenos Aires una cannabis con semejante ímpetu, sobre todo sin recibir atención alguna. Basta consultar internet para encontrar páginas didácticas detallando diferentes pasos a seguir (épocas de siembra, tipos de tierra, horas de riego, temperaturas controladas) y foros de discusión donde los cybernautas abocados a este hobby apasionante comparten consejos y secretos frutos de la prueba y error. En el Jabalí, bastó que un borracho tirara en la maceta unas semillitas que encontro mientras se armaba un porro. El riego eventual por las lluvias y la luz aleatoria debido a un techo averiado de policarbonato y chapa parece haber generado un hábitat ideal para el desarrollo de la planta, aunque algunos dicen que la actividad dionisíaca y erótica desplegada en la casa actuó como un estimulante de las traviesas semillitas.
....
Ella vive en su departamento con su novio analista de sistemas. Mental, precavida, organizada, de ésas mujeres que no dejan nada librado a la suerte. Mujeres que meditan exhaustivamente sus compras, haciendo relevamientos prolongados, consultando con la almohada cada decisión. Para resumir, el tipo de mujer que comienza a planificar en mayo las vacaciones que se tomará en enero. Cecilia, socióloga, la mujer a la cual nos referimos, trabaja en una consultora y asegura que no le interesa escalar demasiado alto. Es posible que lo logre. Es quien siempre en las reuniones encuentra el defectillo en las propuestas presentadas. Su espíritu detallista y sus anhelos de perfección tambien se ponen de manifiesto en el ámbito laboral y es entonces que las reuniones se dilatan, las propuestas no se aprueban y los proyectos se diluyen.
Hoy una pelea bastante radical con su novio (por un tema de proyectos domésticos) la llevó a juntarse con Julieta en un pub del microcentro.
-Estoy aburrida, esto no evoluciona.
-Ay, Ceci...¿Probaste hacer terapia?
-Soy socióloga, no confío en los psicólogos.
Es viernes a la noche y entonces el celular de Julieta recibe un mensaje de texto. Se trata de una invitación a una fiesta. La fiesta es en una casa en el barrio de Mataderos. La casa se llama El Jabalí Alzado.
.....
-Ese nombre no me gusta nada -dice Cecilia.
-Son chicos muy divertidos. Los conocí en el Dick.
-En el dique?
-No, en el Dick. El Dick Bar.
Llegan en taxi al sitio en cuestión. Una luz potente ilumina la puerta roja como si de un local público y habilitado se tratara. La música comprimida en su interior se libera cada vez que un tipo sale intentando quitarse el mareo con el vientito de la calle. Las chicas siguen el consejo del tipo que las invitó: "bajen del taxi, golpeen y asomen sus cabecitas a través de la puerta roja. Si les gusta lo que ven, se quedan". Deciden quedarse y una vez dentro dos muchachos se acercan para simplemente notificarles lo lindas que están. Uno de ellos le ofrece un porro a Cecilia, quien rechaza la oferta.
-Juli... ¿que es esto? Desde que estoy de novia yo no fumo.
La puerta de una de las habitaciones no para de abrise y cerrarse, un fluir constante de gente. Salen de alli sonrientes refregándose levemente la nariz. Sobre una mesa de caballetes, botellas de todo tipo conviven con simpáticos vasos de plástico que no son mas que una muestra de lo urgente e inmediato de un evento exento de todo glamour.
-Ojo, las copas de cristal son nuestras, ésas no las repartan -dice el Gaita. Unos vivos.
Generosos con las sustancias y muy abiertos a la hora de invitar tanto a mujeres como a hombres, conservaban ciertos privilegios en una fiesta que ya a esta altura parece un tributo a sí mismos. La picardía de barrio, la mente despejada para analizar el juego y la complicidad del trabajo en equipo les permitía desarrollar un plan extraño pero casi perfecto. ¿Para qué invitar tan abiertamente a tantos tipos? Es más: solían ser francamente pesados e insistidores en este punto. Bien, tal vez pueda ensayar una respuesta. Muchas o casi todas de las mujeres presentes, treitañeras y abrumadas oficinistas necesitadas de compañía, habían tenido algún tipo de relación, ocasional y trunca, con alguno de ellos no mucho tiempo atrás. Venían todas mas o menos con el mismo objetivo: retomar la relación con alguno de los dueños de casa. Al no conocerse entre ellas traían a alguna amiga para evitar el deambular sin rumbo por la casa. Entonces el problema aquí, a la inversa de lo que sucede en los locales bailables de cualquier ciudad no era la falta de mujeres sino la falta de hombres para evitarles el aburrimiento de la espera de lo que tal vez jamás llegara. Todas esperaban su propio reencuentro y esta espera hacía que se mostraran esquivas y difícles ante cualquiera, pero los dueños de casa hacian sus propios planes con las nuevas chicas generando una situación de mareo generalizado donde ya nadie entendía mas nada.
Comentario aparte merece la escalera que consuce a la terraza. Desde el inicio mismo de este antro fue muy transitada para desembocar en lo que ha sido un clásico. Alli arriba un sinnúmero de muchachos ansiosos han conseguido algun servicio express bajo la protección de la vía láctea. El varón, proclive a obtener satisfacción instantánea, es probable que se esté perdiendo un abanico de interesantes sensaciones.
Pero no pensaba esto último el joven de saco negro y fina corbata al clavar su mirada en Cecilia para decirle:
-Subimos a la terraza y me hacés ver las estrellas?
Ella lo miro con cara de asco.
.....
A las cinco de la mañana las luces del patio son apagadas y solo una luz negra conectada con dudosa pericia al equipo de música destella fuera de ritmo. Varios se han retirado de la fiesta, unos satisfechos, otros decepcionados, otros por haberle prometido a sus esposas regresar temprano. Cecilia, que algo mas calmada ha logrado entablar una conversación bastante fluída con un muchacho agradable, es interrumpida por gritos y aplausos provenientes de la terraza. El muchacho agradable toma la mano de Cecilia quien sin otra opción lo sigue y suben la escalera.
Un público espontáneo improvisa un semicírculo alrededor de un muchacho y una joven, que se encuentra de rodillas frente a él. Una situación confusa e inasible donde transcurren los minutos y un silencio respetuoso. Un gemido tímido anuncia la proximidad del instante esperado. La joven que cierra los ojos y durante unos segundos parece saborear algo, de pronto los abre y para dar su veredicto:
-Pollo al curry con papas noisette.
-Correcto! -grita el tipo.
La ronda aplaude entusiasmada.
Ante la mirada estupefacta de Cecilia el tipo agradable que conversaba con ella le explica:
-Es increíble, este juego lo vi en la fiesta pasada. Con solo degustar unos segundos te saca cual fue tu última comida.
Cecilia pone cara de asco toma su abrigo y su cartera y despierta a Julieta:
-Juli, rajemos de aquí... está repleto de degenerados!
Julieta se despierta sin entender nada, hasta que oye la algarabía:
-Ay, no me digas que ya empezó el show de la catadora, vení, no te pierdas esto!
Cecilia duda unos segundos y corre hacia la puerta en un intento fallido por huir.
-Donde está la llave?! -grita.
Un grito le ordena callarse y Cecilia, ya con miedo, hace caso.
Transcurren unos minutos y al fin la adivinadora dice:
-Ravioles de verdura con salsa fileto.
-Sí! -dice otro joven.
Otro apluso cerrado y un grito agudo sale de la boca de Julieta que aplaude tambien:
-Es una genia... no sé como hace! -dice.
-Y... es práctica -le comenta el tipo de al lado -pero no debe ser fácil, hay que tener conocimientos de gastronomía.
-Si? y donde estudió?
-En la escuela del Gato Dumas, me parece.
-Se nota que tiene un paladar educado.
-Y... la excelencia académica es un factor importante en el aprendizaje.
Julieta mira ahora al sujeto con interés y le dice:
-Ah, vos estás en el tema...?
-Sí, soy licenciado en ciencias de la educación.
-Waw.... que coincidencia
-¿vos tambien?
-No, pero soy maestra jardinera.
-Mirá que bien, si, estamos en temas parecidos.
Ambos suspenden la conversación para concentrarse nuevamente en el escenario.
-Rollitos de lenguado rellenos con puerro, panceta, salsa de ostras y azafrán.
-Correcto!
La ovación y el aplauso se hacen presentes una vez mas en una noche para muchos inolvidable.
-Es fantástica
-Extraordinaria.
Julieta la ve a Cecilia apartada, completamente al margen de la reunión y aprovecha para preguntarle al licenciado en educación:
-No conocés aquí alguien copado para presentarle a mi amiga? Está medio ofuscada.
-Copado en que sentido?
-Alguien que la sepa tratar. Cecilia es un poco tímida y otro poco sensible. No sabe divertirse y creo que este show la terminó asustando. Estaría bueno que conozca a alguien medianamente normal, que que no sea desubicado.
-¿Ubicado? bueno, el Gaita podría ser, se adapta a cualquier circunstancia. Cuando el momento demanda buen gusto es un lord y si hay que faltar el respeto es un guarro.
-¿Y porque no le hablas para que la entretenga un poco?. Sanamente, digo.
Cassandre (2007)
martes, 25 de diciembre de 2012
El sonido pétreo de la época
Esa voz nos ubicó absolutamente a todos en los '40. Los términos empleados para para narrar lo sucedido en aquel partido de Racing, el ritmo militar en el que se encuadraban las palabras, esa falta de graves y agudos debido al sonido pétreo de la época.
Seguramente alguien hubiese querido viajar hacia allá y recomenzar su vida, tan solo para no tener que soportar al tipo que yo tenía al lado. De unos veinticinco años, trajeado, con bigote al estilo de antológicos modelos del pasado, leyendo el prospecto de una Bersa. Ojos hinchados en los cuales se adivinaba el hastío de estar llevando una vida respetable en la economía de mercado. Ojos hinchados que miraron con desprecio al boliviano de rulos que subió en Diagonal Norte. De habérselo encontrado en otro sitio, un baldío oscuro por ejemplo, lo habría perforado con la Bersa sólo para probarla. El pichón se miró los zapatos puntiagudos y jugueteó un poco con su movicom. Le miró la antena y se acordó de anoche. Era tarde y aún estaba en el centro, cerrando transas con el gerente de crédito del Banco Pampeano. Esto le significaba un ingreso extra importante. Finalizaron la negociación llamando a uno de esos avisos del rubro cincuenta y nueve. Un momento recreativo. A la hora cada cual jugaba con su gato en una habitación del hotel Ambassador. El pichón no utilizo el servicio completo. Se hizo atender con la mano y al llegar al climax le metió la antena del movicom en el orto. Luego, ambos abandonaron el hotel y las chicas. El gerente se dirigió a su hogar y el pichón a la casa de sus padres algo malhumorado. Su novia lo llamaría de un momento a otro y la antena de su celular se había quebrado.
Cassandre (1996)
Seguramente alguien hubiese querido viajar hacia allá y recomenzar su vida, tan solo para no tener que soportar al tipo que yo tenía al lado. De unos veinticinco años, trajeado, con bigote al estilo de antológicos modelos del pasado, leyendo el prospecto de una Bersa. Ojos hinchados en los cuales se adivinaba el hastío de estar llevando una vida respetable en la economía de mercado. Ojos hinchados que miraron con desprecio al boliviano de rulos que subió en Diagonal Norte. De habérselo encontrado en otro sitio, un baldío oscuro por ejemplo, lo habría perforado con la Bersa sólo para probarla. El pichón se miró los zapatos puntiagudos y jugueteó un poco con su movicom. Le miró la antena y se acordó de anoche. Era tarde y aún estaba en el centro, cerrando transas con el gerente de crédito del Banco Pampeano. Esto le significaba un ingreso extra importante. Finalizaron la negociación llamando a uno de esos avisos del rubro cincuenta y nueve. Un momento recreativo. A la hora cada cual jugaba con su gato en una habitación del hotel Ambassador. El pichón no utilizo el servicio completo. Se hizo atender con la mano y al llegar al climax le metió la antena del movicom en el orto. Luego, ambos abandonaron el hotel y las chicas. El gerente se dirigió a su hogar y el pichón a la casa de sus padres algo malhumorado. Su novia lo llamaría de un momento a otro y la antena de su celular se había quebrado.
Cassandre (1996)
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