lunes, 4 de febrero de 2013

El archivo de Labarta

Como fondo, el silbido de una pava amarilleando el poster de Racing Campeón 1966 mezclándose con la voz de Larrea que sale de una vieja radio a transistores. El hombre de pelo corto, anteojos a media asta y gesto adusto por el momento, revisa una pila de viejos ejemplares detrás del mostrador. Este galpón de la calle Piedras, depósito de ejemplares atrasados, es la oficina de Labarta quien súbitamente sonreirá amable a quien se le acerque con respeto, ya sea para adquirir un número del año corriente o consultar los mas antiguos encuadernados como libros gigantes de tapa dura. Labarta buscará en la pila correspondiente el número solicitado y hará algún comentario simpático. Por cada ejemplar atrasado cobrará un peso, pondrá la moneda en una lata y si por remota casualidad alguien le pidiera un ticket, se lo dará de buena gana. Es un tipo de buenos modales, riguroso tomador de tres tandas diarias de mate, no fuma. Sabe hablarle a la dama y también al caballero, porque domina tanto las normas de la cordialidad como los códigos de la complicidad. Tiene ese rasgo porteño que le permite desenvolverse con autoridad en casi todos los ámbitos y la cultura suficiente para acoplarse con fluidez a cualquier charla, la misma que poseen los canillitas, adquirida tras años de variada lectura. Conoce tanto a Agustín Magaldi como a Roger Waters e identifica con igual velocidad un personaje de Quino y una pintura de Modigliani.
Labarta no practica deportes desde su época de soltero. Este detalle junto a una sexualidad esporádica y debilidad por la comida sabrosa, explican el paso cansino y sus movimientos controlados. Los ojos celestes, la tez blanca y el haber cursado un par de años del Liceo Naval fueron elementos suficientes para enamorar a su mujer. Entró al diario durante el gobierno de Frondizi y allí trabaja desde entonces. Caminando por los pasillos del oscuro edificio se siente como en casa saludando a los empleados mas antiguos con algún comentario ingenioso, porque Labarta es lo que se llama una persona agradable.

-Labarta, necesito un seis de septiembre del año pasado.
-Pero como no, querida...esperame un segundo que te lo busco. ¿Cómo anda tu compañero nuevo?
-El español?
-Sí.
-Bien, ahora viene. Fue al kiosco a comprar aspirinas. Tenemos que consultar un dato por aquel asunto de la cámara de diputados.
-Y? se adapta o no se adapta?
-Y...él está acostumbrado a otro ritmo. Allá en España se trabaja mas intenso.
-Y si... están en el primer mundo pero de verdad, tienen un alto nivel de excelencia.
-Hola...
-Se conocen? Labarta... Romero...
-Sí, sí, alguna vez nos hemos cruzado.
-De qué parte de España sos?
-De Valencia.
-Ah, mirá vos tengo un amigo de Valencia. Gran tipo. José Primo. Lo conocés?.
-Pues no tío, es que Valencia es grande...
-Y sí, me imagino. Y te gusta Buenos Aires?
-Sí, anda, que la gente es muy cálida aquí y...
-Sí, el porteño es muy cordial con el extranjero, no sé porqué. Lo llevamos en la sangre. Ah, te voy a hacer probar el mate, llegaste justo.
-Ya lo he probado el otro día...
-¿Y que te pareció?
-Tu sabes, un poco agrio...
-Ah, porque seguramente estaría mal cebado. El mate tiene sus secretos, hay que acomodar la yerba, calentar el agua a la temperatura justa...no es fácil. Mirta, venite de este lado y andá fijándote si encontrás lo que buscas en estas pila, mientras le voy sirviendo al amigo Romero...vas a ver qué mate te vas a tomar.
El español hace un tibio amague de ayudar a Mirta sin llegar a atravesar el mostrador mientras Labarta se concentra en la ceremonia del mate excediéndose en cuidados.
-Ahora sí, vas a probar un mate-mate -hace con la mano el tipico gesto que hacemos en Buenos Aires, uniendo dedo índice y pulgar moviendo la manito de abajo hacia arriba dos o tres veces-.  Así lo preparan en Uruguay. Aquí cruzando el Río de La Plata -agrega-.
-Sí, si, conozco Montevideo...
-Ah, conocés? Bueno ellos lo hacen de una manera especial y aquí la perfeccionamos. Tomá y decime.
El español probó y poniendo la mirada en el techo, como estudiando la calidad de la infusión dijo:
-Increíble, muy bueno...
-Ha visto? y... hay que saber prepararlo.
-Labarta- interrumpe Mirta- ya encontré el ejemplar que buscaba. ¿Se puede llevar, no?
-Y... como poder no se puede pero, bueno, con ustedes no hay problema... llévenselo nomás.
-Gracias, Labarta.
-De nada. Eso sí, la próxima se me traen un kilo de Rosamonte - le dijo sonriente al español.
Eran ya las cuatro de la tarde y Labarta inexplicablemente seguía con la misma predisposición laboral de las ocho de la mañana, tomando mate, escuchando a Larrea, ordenando el archivo y vendiendo, cada tanto y sin tickets, los ejemplares astrasados.
Un grupo de tres coreanos entran al lugar, uno con un niño en brazos. Labarta los mira fijamente. En sus ojos celestes brilla algun tipo de sentir, por ahora indefinible. El coreano que mejor habla español le consulta por un ejemplar del año noventa y uno. Labarta simplemente le indica la ubicación con el dedo, su sonrisa característica ha desaparecido. Puede notarse una mueca torcida bajo el rubio bigote y observa con sigilo cada movimiento del oriental, que por ahora está leyendo los rótulos de las encuadernaciones. Sus dos amigos se apoyan en el mostrador y el niño se estira intentando soltarse y caminar sobre él. Por ahora lo tienen controlado. Los pies de la criatura arañan el borde de la tabla y Labarta los mira con la misma expresión que se apoderó de él desde que llegaron estos amarillos.
Tolerable.
Labarta evalúa que es preferible callar a ser acusado de xenófobo. En el depósito es la cara visible de este diario. Después de todo niños blancos tambien han jugado sobre la mesa y está ya bastante gastada. El coreano retiró varios volúmenes para consultar, más de lo habitual, y los apoya sobre el mostrador.
Tolerable.
No hay ninguna circular escrita sobre la cantidad autorizada de ejemplares a retirar. Ahí apilados forman una montaña, que atrae la atención del niño. El pequeño saltamontes se estira intentando alcanzar el pequeño Himalaya, pero el hombre lo tiene sujetado con pericia. De manera repentina los tres coreanos se organizan en una tarea comunitaria dispuestos a encontrar lo que buscan. En un instante de descuido el niño aprovecha para acercarse a su destino. Con violencia abre uno de los tomos arrugando algunas hojas.
Intolerable.
Labarta detona:
-Porqué no lo miran al chico!! Está destrozando todo!! Si no ponen un poco de orden, lamentablemente van a tener que retirarse!!
El apego del oriental por las artes marciales era sólo un mito. Los pobres infelices habían optado por mantenerse a raya. Labarta se sintió enorme.


Cassandre (1995)

No hay comentarios:

Publicar un comentario